Camino de amor

 

 

Caminaba despacio, muy despacio. El polvo del camino se asentaba sin piedad sobre su pequeño cuerpo. Silenciosa, sin prisas, quien la hubiera visto habría pensado que caminaba hacia el final de su vida. Pero un brillo extraño en sus ojos delataban otra cosa. Había que ser muy observador para detectarlo.

Cruzó el camino polvoriento sin mirar a los costados, en un acto casi suicida. Se dirigió hacia la orilla. Pisar la hierba suave era más satisfactorio que la tierra repleta de piedritas que la lastimaban a cada paso.

Pasó por la vieja tranquera que nunca se cerraba y cruzó el campo. Intentó caminar más rápido para que no la sorprendiera la noche, pero el peso que sentía en sus espaldas la obligaban a mantener el mismo ritmo cansino.

Un hilo de agua adornado por juncos bordeaba el sembrado. Se acercó a la orilla y calmó su sed bebiendo unos sorbos de agua. No le importó que estuviera turbia. Estaba fresca y necesitaba recuperar energía para llegar a su destino.

Cuando divisó el viejo sauce llorón que se inclinaba hacia el arroyo como haciendo una reverencia, su corazón comenzó a latir con más fuerzas. Allí estaba él esperándola, el amor de su vida.

Se acercó despacio, lo rozó apenas para no asustarlo y él asomó su cara  despacio, con cierta timidez. Le dio un beso con todo el amor y la ternura que sentía por ella y se quedaron mirando el atardecer.

Los últimos rayos del sol se reflejaban sobre los caparazones de la pareja enamorada.