Recordó su pueblo cuando era pequeña. Sus calles tranquilas, los descampados llenos de flores silvestres y las primaveras con el aire salpicado por los mil colores de las mariposas. Y ella con sus primos corriendo, intentando atrapar las pequeñas florecitas voladoras para encerrarlas en un frasco, como intentando encerrar las ilusiones de una niñez que algún día se volaría como aquellas mariposas.
Habían pasado muchos años. Las calles se fueron poblando con el ruido de los motores. Los descampados habían sido utilizados para levantar nuevas edificaciones y las flores silvestres reemplazadas por otras artificiales que, ubicadas en elegantes jarrones, adornaban los comedores de las casas.
La gente también había cambiado. Los abuelos, desconfiados de la gente que pasaba, ya no se sentaban en las puertas de sus casas a ver pasar las horas hasta que llegara el anochecer. Los adultos ya no caminaban las calles del barrio, ahora iban en automóviles, corriendo contra reloj para llegar a horario a sus trabajos y otra vez corriendo al atardecer para encerrarse en la seguridad de sus hogares. Pero lo que más se extrañaba era la algarabía de los niños jugando despreocupados, con esa felicidad confiada de que nada cambiaría, donde lo único importante era meter un gol en el arco improvisado, o no perder jugando a las canicas esa bolita de vidrio que cuidaban como un tesoro.
Cuando su adolescencia aún era un recuerdo cercano, sintió nostalgia de aquellas mariposas y lanzó la pregunta en alguna reunión “Por qué no se verán mariposas ya?” Alguien le dio una explicación técnica sobre los agroquímicos y las fumigaciones y el efecto que tenían sobre los lepidópteros. Pero muy dentro suyo sabía que esta no era la causa verdadera.
Pasaron los años, pero no las ilusiones y los sueños. Cada tanto alguna mariposa revoloteaba a su alrededor trayéndole aquellos recuerdos de su infancia. Ella le sonreía y la florecita alada se iba haciendo piruetas por el aire, dejando una estela multicolor a su paso.
Aquél día caminaba distraída, absorta en sus problemas, cuando escuchó una vocecita:
-Psst! Hola!
Miró hacia todos lados buscando la persona que la saludaba…
-Acá!! Soy yo!!
Asombrada, se dio cuenta que la voz provenía de una mariposa que revoloteaba sin cesar a su alrededor. Cerró los ojos y sacudió la cabeza, pensando que el cansancio le estaba jugando una mala pasada. Una risa cristalina inundó el aire de la tarde.
-Esto no puede ser verdad, se dijo mientras miraba a su alrededor si alguien la estaba viendo. A esa hora la calle estaba desierta -Quien eres?
-¡Soy tu hada! Vengo todos los años a visitarte para cumplirte alguno de tus sueños. Hoy estabas muy distraída pensando en los problemas y no quise volver sin cumplir mi misión.
-¿Un hada? ¡Eso no es posible! ¿No eres una simple mariposa?
-Sí, así nos llaman los humanos. Pero somos hadas, venimos a cumplir sueños y volvemos a nuestro mundo. Como somos muy frágiles, solo podemos cumplir un sueño y nos lleva mucho tiempo recuperar las energías para volver.
-Entonces permíteme hacerte una pregunta ¿Por qué ya no hay tantas como cuando era pequeña?
-En aquella época había más personas con tiempo para soñar y nosotras teníamos mucho trabajo para hacer. Pero con el pasar de los años la gente estuvo más ocupada, con muchas obligaciones, viven siempre apuradas y no se toman el tiempo para soñar. Por eso somos cada vez menos las que venimos a cumplir nuestra misión.
-Pero… ¿por qué no hacen como tú? Si les hablaran, quizás…
-Sí, eso hacían, pero no todas las personas se detienen a hablar con una mariposa. Las hadas somos muy sensibles y con el tiempo esa indiferencia nos debilita y ya no tenemos fuerzas para volver. Pero gracias a la magia de las ilusiones, aún quedan personas que renuevan sus sueños cada año permitiendo que muchas de nosotras aún tengamos una misión que cumplir.
-Debo pedir un deseo?
-Un deseo no es lo mismo que un sueño. Nosotras no cumplimos deseos. Y no es necesario que me digas tus sueños, soy tu hada y conozco cuáles son.
-En todos estos años no tuve la oportunidad de agradecerte porque no sabía de tu existencia. ¿Qué puedo hacer para darte las gracias?
-Cuando veas un sueño hecho realidad, sólo mira al cielo, sonríe y sé feliz. Yo sabré que debo volver el próximo año a cumplir otra misión y no quedaré olvidada en el mundo de las hadas. Y con un suave aleteo desapareció haciendo piruetas en el aire.
Se quedó parada un rato en el lugar pensando en la respuesta a esa pregunta que la había perseguido durante muchos años y sintió mucha tristeza por el mundo que la rodeaba. Una lágrima asomó a sus ojos, pero una brisa cálida la secó antes que rodara por sus mejillas.