miércoles, 27 de octubre de 2010

Visita nocturna

 

 

noche[1]

 

Sigilosa y en silencio entró en la noche
sin que nadie la viera ni escuchara,
se instaló en un rincón de la penumbra
observando los sueños de mi almohada.

Se habrá escondido de esos miedos
que despiertan en lo oscuro los fantasmas,
o del frío nocturno que a su vida
le congela la tristeza en la mirada.

O tal vez en su búsqueda incansable
de que una mano amiga le brindara
la calidez y la alegría compartida
que a su solitaria vida le faltaba.

Desperté y estaba allí, tan silenciosa
en un rincón del cuarto, me esperaba
la saludé sin obtener una respuesta
la lagartija… tan solo me miraba.

 

 

lagartija

 

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domingo, 24 de octubre de 2010

Diez años sin vos

viejo

Diez años sin tus ojos, esos ojos que lo decían todo sin necesidad de las palabras. Esos ojos que mostraban la alegría y la tristeza, el enfado y el orgullo, la voluntad y el cansancio. Y que miraban el mundo de una forma diferente.

Diez años sin tu risa, esa risa tan escasa pero que iluminaba la vida cada vez que aparecía en tu rostro. Si, te costaba reír porque los recuerdos le ponían un cerrojo a tu alegría. Recuerdos de una guerra, de amigos perdidos y una familia al otro lado del océano.

Diez años sin tus chistes, esos chistes que eran pocos pero hacían reír a todos. Con un humor inteligente y la ironía bien puesta.

Diez años sin poder verte caminando por el patio. Sin prisa pero sin pausa arreglando lo que sabías e inventando la forma para aquello que no podías, pero siempre con una solución para todo. Nunca te faltó un pedazo de alambre, un tornillo o una madera para transformar lo que no servía en algo útil. Porque “el que guarda siempre tiene” era tu lema.

Son tantas las frases que han quedado en mi mente. Con pocas palabras podías dar una lección que durara toda la vida. Como aquella de “no digas ‘voy a hacer’, hacelo y después decilo”. Y así eras vos. Hasta cuando no podías caminar sin la ayuda de tu bastón, aquél que hiciste con tus propias manos con la rama de un árbol y que Olga guarda como a un tesoro, porque como ella dice “es el símbolo de la fortaleza”.

Diez años es mucho tiempo. Muchos días de extrañarte, de llorarte y de pensar en cuantas cosas no te dije. Diez años para recordar aquel momento en que me pediste perdón por tus fallas, porque creías no haber sido buen padre. Diez años pensando si me creíste cuando te dije que habías sido el mejor padre, que no importaban los errores, que estábamos orgullosos de vos.

Si, tal vez no fuiste el más compinche, o el más cariñoso de los padres. Pero fuiste el tipo más honrado de la tierra, y el más honesto. Porque tu palabra era sagrada, no por autoritaria, sino por tu sabiduría. Porque sabíamos que en lo que decías no había error, porque nunca hablabas sin pensar.

Esta mañana desperté con tu imagen en mi cabeza. Cuando me miraste, tal vez sin verme ya, por última vez. Y te dormiste para siempre. Y no tuve que pensar que día era hoy. Solo pensé… 10 años es mucho tiempo…

Te quiero viejo!!

 

Sandra S.

domingo, 10 de octubre de 2010

El error de una mirada

 

 

ojo-reflejo

 

 

Se encontraron por casualidad. Se miraron a los ojos. Y se vieron reflejados, cada uno, en los ojos del otro.

En ese mismo instante, pensaron que no podrían vivir sus vidas sin sentirse cerca.

Volvieron a verse, una y otra vez. Los encuentros eran cada vez más cercanos. Había días de ternura y días de pasión, siempre mirándose a los ojos, sintiendo que habían encontrado a su alma gemela.

Hicieron planes de una vida juntos. Compraron una casa, le pusieron cortinas del color del cielo y llenaron el jardín de rosas y jazmines.

Un día cualquiera y sin saber por qué, las rosas dejaron de dar sus flores encarnadas y los jazmines ya no llenaron el aire con su perfume. Las mariposas ya no revoloteaban por el jardín… ni en sus estómagos cada vez que se miraban.

Decidieron que era tiempo de separar sus caminos. Con un beso en la mejilla y una caricia en el cabello, se despidieron. Sin reproches ni rencor.

Diez años más tarde se encontraron, por casualidad. Se miraron a los ojos. Y se vieron reflejados, cada uno, en los ojos del otro.

Entonces comprendieron el error. Y siguieron sus caminos. Sin reproches ni rencor.

Sandra S.