lunes, 22 de marzo de 2010

Que hubiera pasado?

 

Si la historia hubiera sido al revés…

En un reino lejano del cual nadie se acuerda ya el nombre y hace tanto tiempo que ya casi nadie recuerda la historia, ocurrió lo que no debería haber ocurrido.

 

princesa

 

El joven había crecido en aquella mansión donde, unos años antes, su padre había muerto luego de una larga enfermedad. Su madre, desesperada por la soledad y la fortuna perdida, aceptó casarse con un viudo que le prometió que nada le faltaría, ni a ella ni a su hijo. El primer tiempo todo parecía andar bien, pero poco a poco los dos hijos de su padrastro, engreídos y malcriados,  comenzaron a hacerle la vida imposible inventando historias en su contra. De nada servían sus explicaciones, ni su madre le creía, o callaba por temor a verse en la calle despojada de su lujosa vida.

El padrastro lo obligaba a limpiar las caballerizas y el corral de los cerdos, a recoger los frutos maduros de los árboles y a lustrar el carruaje en el que se iba todas las mañanas a su trabajo. El joven trabajaba sin cesar y sin quejarse jamás de su suerte.

Un día de primavera, cuando el aire huele a flores y esperanza, escuchó que la hija del rey festejaba su cumpleaños con una gran fiesta. Todos los jóvenes del reino estaban invitados. Ese día se apresuró a terminar su trabajo dejando todo reluciente, pero cuando llegó la hora de partir, su padrastro le dijo que no le permitía ir. “¡No voy a arriesgarme a pasar vergüenza ante el rey con una piltrafa ignorante y maloliente como vos!”

El joven se sentó a sollozar su suerte entre los cerdos, cuando escuchó una voz que le decía “¡Vamos niño marica! ¡Deja de llorar que se hace tarde!” Era su hada madrina que con un toque de la varita mágica lo convirtió en el joven mejor vestido de toda la comarca. Los cerdos se transformaron en blancos corceles y el carro donde llevaba la fruta cada día, en el carruaje más lujoso del reino. “¡Recuerda volver a las doce en punto, o me echarán del sindicato de Hadas!”

Cuando entró al Palacio se escuchó un murmullo de admiración de las jóvenes, y de envidia de los muchachos. Nadie podría haber reconocido a aquel pobre muchachito en ese hombre apuesto, y perfumado.

La princesa parecía estar en su propio mundo, se olvidó de todos y se dedicó a bailar con él sin apartar la vista de sus ojos color avellana. Pero al escuchar las doce campanadas en el lujoso reloj de la sala, la realidad lo golpeó tan fuerte que salió despedido hacia la puerta sin disculpas ni un adiós. Llegó a su casa arrastrando el carro con los cerdos y de su fina ropa solo habían quedado los harapos malolientes, pero en su corazón sentía la dicha más inmensa que jamás había experimentado.

Al otro día, en cada rincón del lugar se hablaba de aquel hermoso joven que había enamorado a la princesa. “Era yo” repetía a cuantos lo quisieran oír, pero las burlas y las risas eran tantas y tan fuertes que huyó avergonzado adonde nadie pudiera encontrarlo jamás.

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En un palacio de un reino lejano del cual nadie se acuerda ya el nombre, una princesa se cansó de esperar que el hombre misterioso que enamoró su corazón regresara a buscarla. Con el tiempo sus lágrimas se secaron al igual que sus sentimientos y solo quedó en el aire las frases que sus amigas repetían sin cesar “Seguro que era casado, dejá de llorar, no ves que se burló de vos?”

 

firma castillo